Hoy hace 1.000 días que puse el pie por vez primera en estas tierras. De hecho, la casualidad (y nada de premeditación) ha hecho que sea justo mientras escribo estas palabras cuando se cumple esta cifra. Este número me deja sin aire y me aterroriza.
Pa ... Paaaaaam
Mirando esta cifra a la que jamás de los jamases hubiese pensado que llegaría se me quitan las ganas de seguir aquí. Durante estos 1.000 días he vivido de todo, desesperación, miserias, alegrías y diversión. He conocido gran cantidad de buenos amigos y a mi novia, sin embargo precisamente hoy estoy sólo en Bruselas. Mi novia está en su casa pasando el fin de semana, y los amigos que me he hecho aquí con los que mejor he congeniado ya no están en Bruselas. Sigo conociendo mucha gente por aquí pero me cuesta relacionarme con ellos. El primer año no quería tener contacto con españoles por eso de aprender idiomas, pero hoy no quiero escuchar nada que no sea el castellano...
Mirando esta cifra me prometo a mi mismo que no llegaré a los 2.000 días. Cuanto más tiempo pasa, más echo de menos mis tierras. Que a mis sobrinos les cueste reconocerme, que con mis grandes amigos en Santurtzi me cueste más de una semana “conectarme” con ellos y a su jerga, son solo los primeros síntomas. Me doy cuenta que ya no soy parte de la gran mayoría de las historias que allí se cuentan. Con mi familia la cosa va mejor pero increíblemente ahora me cuesta mucho dormir allí, esa cama ya no es la mía. Y andando por la calle, recuerdo cuando llevaba más o menos un año en Bruselas y fui a fiestas del pueblo, mucha gente me paraba por la calle y me decía a ver donde me había metido tanto tiempo sin verme a ver si es que ahora salgo por otros sitios, yo me chuleaba y decía, “ahora vivo en Bruselas, pero volveré pronto”. Dos años más tarde (hace 2 semanas) en esas mismas fiestas solo veía muchas caras conocidas, gente de la cual ya no puedo recordar sus nombres, muchas me miraban con cara de “coño a este creo que le conozco” pero ya ni saludan, poco me importa pues no son verdaderos amigos pero me doy cuenta de que voy perdiendo la conexión con la gente.
Me quedan todavía algo más de dos años de contrato, pero cuanto más pasa el tiempo más sé que posiblemente me rinda antes de que llegue ese límite. Mientras tanto me agarro a la pared, miro por la ventana y sueño con volver a casa, fantaseo con quitar la pegatina con mi nombre en el portero de este edificio con la maleta en la mano.